domingo, 16 de junio de 2019

LA HUIDA DEL PINTOR NOTCHA (cuento popular chino)



LA HUIDA DEL PINTOR NOTCHA
(Cuento popular chino)
En una región húmeda y verde, sonriente y siempre primaveral de la inmensa china, nació el extraño pintor Notcha.
Vamos a contar una curiosa historia de ese pintor chino que, en tiempos ya lejanos huyó del palacio imperial sin que nunca nadie haya sabido de él.
Su vida de niño había sido siempre alegre entre prados y blancos árboles floridos. ¡La aldea, la dulce aldea, sus viejos padres campesinos, el río transparente entre cañaverales de bambú…!

Aquello era todo su gozo y toda su vida. Hasta cuando dormía sonreía soñando en la luz de cristal de sus campos.
Desde muy pequeño dibujaba los peces y los pájaros en las piedras lavadas del río, y los rebaños y pastores en las maderas de los establos. El yeso y el carbón eran lápices mágicos en sus manitas de niños.
Notcha creció. En las alquerías y en los pueblos próximos todos hablaban de Notcha. Mucha gente venía por los caminos para ver las obras preciosas del joven artista. La fama de su mérito fue creciendo, hasta llegar al palacio del emperador.
Un día el emperador llamó a Notcha. Notcha se arrodilló tres veces ante el Hijo del Cielo, y tocó tres veces el suelo con su frente. El Emperador le dijo:
            -Te quedarás aquí y trabajarás para adornar los corredores y los salones del palacio. Ya he mandado que te preparen en una de las salas, tu taller, bien provisto de colores y lacas y ricas maderas. Tu vida cambiará desde hoy. Ya no volverás al lugar donde naciste.
Notcha estaba triste. Ya no podría ver su casa en la dulce aldea blanca de árboles florecidos a la orilla del río tembloroso de brisa. Tendría que contentarse con soñar la alegría del campo en las cerradas salas de palacio decoradas con barbados dragones de piedra.
Trabajaba sin descanso para agradar al Emperador. Sus pinturas llenaban los biombos lacados. Las puertas de madera y de hierro y los muros de los templos y salones imperiales. Pero su pensamiento volaba hacia las bellas tierras húmedas donde había vivido feliz.
Un día Notcha pintó un gran cuadro maravilloso: el transparente cielo de su infancia, el campo, los prados, el puentecillo de estacas en el río bordeado de bambúes y enebros, la blanca aldea a lo lejos entre vuelos de patos salvajes, un rojo sol de aurora y un verde limpio de yerba húmeda.
Un gran cuadro maravilloso, acudían a verlo príncipes y mandarines. Colgado en un lujoso salón del palacio, parecía una ventana abierta en el recio muro frente al más delicioso y sereno paisaje campesino.
Notcha había hecho su mejor obra; la que llevaba siempre en su pensamiento y en su sueño. A él no le parecía una pintura de su región, sino su región misma recogida en el cuadro como un milagro. Por eso habría pasado largas horas frente a él aspirando su aire limpio y fragante, pero el pintor esclavo no podía entrar en las grandes salas destinadas a fiestas y recepciones de príncipes y nobles. Él había de vivir en su taller olvidado de todos.
Notcha espiaba siempre para poder ver su cuadro a través de las puertas entreabiertas. Un día, ausentes guardianes y criados, entro muy despacio, descolgó el campo verde y se lo llevó por corredores oscuros para esconderlo en su taller donde podía contemplarlo ilusionado.
La voz de alarma resonó imponente en el palacio y se extendió por toda la ciudad. La pintura maravillosa había desaparecido. El Emperador estaba furioso y amenazador. Mil soldados buscaron al ladrón. Llegaron a todas las casas y a todos los rincones. Por fin hallaron el cuadro en el taller de Notcha, escondido detrás de un gran tibor entre tablas y lienzos.
El Emperador mandó encarcelar a Notcha y le ordenó que siguiera pintando cuadros en la prisión para adornar su palacio.
Notcha no podía pintar. Le faltaba luz a sus ojos y alegría a su alma.
Entonces lo llamó el Emperador y le dijo:
            -Vendrás otra vez a vivir y a trabajar en palacio. Para que te contentes te dejaré a solar con tu cuadro unos momentos cada día, pero si intentas algo que pueda enojarme serás castigado sin compasión.
Notcha continuó su trabajo. Cada día se le ensanchaba el alma de esperanza frente al campo libre de su verde país. Después seguía sufriendo la pesada tristeza del palacio imperial.
Un día ya no pudo resistir más, se encontraba solo en la amplia sala, ante el paisaje suyo, mirándolo con grandes ojos muy abiertos. Su aldea, su aldea verde y luminosa; ancho el campo para correr sin llegar al fin, para abrazarse a los árboles, para cantar con el viento y oír su murmullo en los cañaverales de bambú…, para huir de este otro mundo negro y pesado como una cárcel. Sí, ancho el campo, allí cerca, blancos de prados, para pisarlo para correr allá con los brazos abiertos como alas…Y Notcha se acercó, se acercó, dio un pequeño salto, se metió en el cuadro, en el campo, en los prados, sin buscar los caminos, corriendo, corriendo, sin descanso, alejándose, haciéndose poco a poco pequeño, pequeñito, hasta perderse en el horizonte azul…
Cuando los guardianes entraron para retirar a Notcha no lo encontraron. El emperador se enfureció. Era imposible que hubiera salido de allí sin ser visto. Un sabio mandarín encontró la explicación del misterio. Notcha había huido por el cuadro, metiéndose y corriendo por el paisaje que había pintado. Aún se veían las huellas de sus pisadas en la hierba húmeda de los prados.

1 comentario:

  1. Versión de Herminio Almendros para su libro «Pueblos y Leyendas» también conocido como «Oros Viejos»

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