LA HUIDA DEL PINTOR NOTCHA
(Cuento popular chino)
En una región húmeda y verde,
sonriente y siempre primaveral de la inmensa china, nació el extraño pintor
Notcha.
Vamos a contar una curiosa
historia de ese pintor chino que, en tiempos ya lejanos huyó del palacio
imperial sin que nunca nadie haya sabido de él.
Su vida de niño había sido
siempre alegre entre prados y blancos árboles floridos. ¡La aldea, la dulce
aldea, sus viejos padres campesinos, el río transparente entre cañaverales de
bambú…!
Aquello era todo su gozo y toda
su vida. Hasta cuando dormía sonreía soñando en la luz de cristal de sus
campos.
Desde muy pequeño dibujaba los
peces y los pájaros en las piedras lavadas del río, y los rebaños y pastores en
las maderas de los establos. El yeso y el carbón eran lápices mágicos en sus
manitas de niños.
Notcha creció. En las alquerías
y en los pueblos próximos todos hablaban de Notcha. Mucha gente venía por los
caminos para ver las obras preciosas del joven artista. La fama de su mérito
fue creciendo, hasta llegar al palacio del emperador.
Un día el emperador llamó a
Notcha. Notcha se arrodilló tres veces ante el Hijo del Cielo, y tocó tres
veces el suelo con su frente. El Emperador le dijo:
-Te quedarás aquí y trabajarás para adornar los corredores
y los salones del palacio. Ya he mandado que te preparen en una de las salas,
tu taller, bien provisto de colores y lacas y ricas maderas. Tu vida cambiará desde
hoy. Ya no volverás al lugar donde naciste.
Notcha estaba triste. Ya no
podría ver su casa en la dulce aldea blanca de árboles florecidos a la orilla
del río tembloroso de brisa. Tendría que contentarse con soñar la alegría del
campo en las cerradas salas de palacio decoradas con barbados dragones de
piedra.
Trabajaba sin descanso para
agradar al Emperador. Sus pinturas llenaban los biombos lacados. Las puertas de
madera y de hierro y los muros de los templos y salones imperiales. Pero su
pensamiento volaba hacia las bellas tierras húmedas donde había vivido feliz.
Un día Notcha pintó un gran
cuadro maravilloso: el transparente cielo de su infancia, el campo, los prados,
el puentecillo de estacas en el río bordeado de bambúes y enebros, la blanca aldea
a lo lejos entre vuelos de patos salvajes, un rojo sol de aurora y un verde limpio
de yerba húmeda.
Un gran cuadro maravilloso,
acudían a verlo príncipes y mandarines. Colgado en un lujoso salón del palacio,
parecía una ventana abierta en el recio muro frente al más delicioso y sereno
paisaje campesino.
Notcha había hecho su mejor obra;
la que llevaba siempre en su pensamiento y en su sueño. A él no le parecía una
pintura de su región, sino su región misma recogida en el cuadro como un
milagro. Por eso habría pasado largas horas frente a él aspirando su aire
limpio y fragante, pero el pintor esclavo no podía entrar en las grandes salas
destinadas a fiestas y recepciones de príncipes y nobles. Él había de vivir en su
taller olvidado de todos.
Notcha espiaba siempre para
poder ver su cuadro a través de las puertas entreabiertas. Un día, ausentes
guardianes y criados, entro muy despacio, descolgó el campo verde y se lo llevó
por corredores oscuros para esconderlo en su taller donde podía contemplarlo
ilusionado.
La voz de alarma resonó
imponente en el palacio y se extendió por toda la ciudad. La pintura maravillosa
había desaparecido. El Emperador estaba furioso y amenazador. Mil soldados
buscaron al ladrón. Llegaron a todas las casas y a todos los rincones. Por fin
hallaron el cuadro en el taller de Notcha, escondido detrás de un gran tibor
entre tablas y lienzos.
El Emperador mandó encarcelar a
Notcha y le ordenó que siguiera pintando cuadros en la prisión para adornar su
palacio.
Notcha no podía pintar. Le
faltaba luz a sus ojos y alegría a su alma.
Entonces lo llamó el Emperador
y le dijo:
-Vendrás otra vez a vivir y a trabajar en palacio. Para
que te contentes te dejaré a solar con tu cuadro unos momentos cada día, pero
si intentas algo que pueda enojarme serás castigado sin compasión.
Notcha continuó su trabajo. Cada
día se le ensanchaba el alma de esperanza frente al campo libre de su verde
país. Después seguía sufriendo la pesada tristeza del palacio imperial.
Un día ya no pudo resistir más,
se encontraba solo en la amplia sala, ante el paisaje suyo, mirándolo con
grandes ojos muy abiertos. Su aldea, su aldea verde y luminosa; ancho el campo
para correr sin llegar al fin, para abrazarse a los árboles, para cantar con el
viento y oír su murmullo en los cañaverales de bambú…, para huir de este otro
mundo negro y pesado como una cárcel. Sí, ancho el campo, allí cerca, blancos
de prados, para pisarlo para correr allá con los brazos abiertos como alas…Y
Notcha se acercó, se acercó, dio un pequeño salto, se metió en el cuadro, en el
campo, en los prados, sin buscar los caminos, corriendo, corriendo, sin descanso,
alejándose, haciéndose poco a poco pequeño, pequeñito, hasta perderse en el horizonte
azul…
Cuando los guardianes entraron
para retirar a Notcha no lo encontraron. El emperador se enfureció. Era imposible
que hubiera salido de allí sin ser visto. Un sabio mandarín encontró la
explicación del misterio. Notcha había huido por el cuadro, metiéndose y
corriendo por el paisaje que había pintado. Aún se veían las huellas de sus
pisadas en la hierba húmeda de los prados.
Versión de Herminio Almendros para su libro «Pueblos y Leyendas» también conocido como «Oros Viejos»
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