martes, 29 de abril de 2025

LA DISTANCIA AFECTIVA ENTRE PADRES E HIJOS: UN VÍNCULO QUE CAMBIA CON EL TIEMPO


El amor entre padres e hijos es uno de los lazos más profundos y transformadores. Se construye desde la infancia, con años de entrega, cuidado y protección incondicional. Es un amor que no exige nada a cambio, que se ofrece de manera genuina, guiado por el deseo de ver crecer y prosperar a quien se ama. Sin embargo, con el paso del tiempo, la dinámica puede cambiar. Lo que antes era cercanía y gratitud puede volverse distancia e indiferencia.

Es una realidad que muchos padres enfrentan cuando sus hijos se convierten en adultos. Aquel niño que corría a sus brazos y llenaba la casa de vida y alegría, de pronto parece ajeno a quienes lo han acompañado desde sus primeros pasos. La relación se transforma, y lo que antes era un vínculo fuerte y tangible, ahora es un lazo que en ocasiones parece frágil o casi invisible.

Este proceso suele ser difícil de comprender. Los padres recuerdan con nostalgia cada momento compartido, desde las noches en vela cuidando una fiebre hasta las tardes dedicadas a ayudar con los deberes escolares. Durante años, fueron el pilar emocional y físico de sus hijos, brindándoles seguridad, amor y protección. Pero un día, la relación cambia, la comunicación se reduce y el afecto parece haberse vuelto distante.

Surgen preguntas inevitables: ¿Cómo es posible que alguien que ha sido amado con tanta dedicación se aleje con tanta indiferencia? ¿Dónde quedó la cercanía que antes era natural? Estas dudas pueden generar dolor, confusión y una sensación de vacío difícil de explicar. Para muchos padres, el alejamiento de sus hijos se siente como una pérdida silenciosa, una ausencia que no es física, pero que pesa en el alma.

Sin embargo, la distancia entre padres e hijos no siempre es un reflejo de ingratitud, sino un proceso de crecimiento en el que cada individuo encuentra su propia identidad. A veces, los hijos, en su necesidad de independencia, se enfocan en su propio mundo sin darse cuenta del impacto emocional que su distancia genera en quienes los han amado incondicionalmente. No siempre es desprecio, sino inconsciencia.

El verdadero desafío está en aceptar esta realidad sin convertirla en un motivo de sufrimiento permanente. Recuperar el valor de uno mismo más allá del rol de padre o madre es una forma de sanar. Comprender que el amor no se mide en reciprocidad inmediata, sino en la paz interior que deja haber dado lo mejor de uno mismo.

El amor no depende del reconocimiento, sino de la certeza de haber cumplido con el deber de amar sin condiciones. La conexión entre padres e hijos puede cambiar, pero nunca desaparece por completo. Y aunque a veces la distancia parezca definitiva, el amor silencioso sigue estando ahí, esperando el momento en que pueda volver a expresarse.

Josefina Mateos Madrigal

29 de abril de 2025

 

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