EL TAZÓN DE MADERA
Voy a contar una historia que leí hace algunos años, por
desgracia la situación que describo está ocurriendo cada vez más en nuestra
sociedad con nuestros mayores. Es una triste realidad.
Un señor mayor se fue a vivir con su hijo, su nuera y su
nieto de seis años. Las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos
flaqueaban.
La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos
temblorosas y la vista enferma del anciano hacían de la alimentación un asunto
difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo, y cuando intentaba coger
el vaso, con frecuencia derramaba su contenido sobre el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación. Entonces
dijo el primero:
-Tenemos que hacer algo con el abuelo ¡Ya basta! Se le cae
todo, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.
Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en
una esquina del comedor, donde el abuelo comía solo, mientras el resto de la
familia disfrutaba de la mutua compañía a la hora de comer.
Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la
servía en un tazón de madera. De vez en cuando le miraban y podían ver una
lágrima en sus ojos mientras estaba allí, sentado, solo. Sin embargo, las
únicas palabras que el matrimonio le dirigía eran frías llamadas de atención
cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.
El niño de seis años lo observaba todo en silencio.
Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo
estaba jugando con unos trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente:
-¿Qué estás
haciendo?
Con la misma dulzura el niño le contestó:
-Estoy
haciendo un tazón para ti y otro para mamá, para que cuando crezcáis, comáis en
ellos. Sonrió y siguió a su tarea,
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma
que se quedaron sin habla, mirándose el uno al otro. Las lágrimas rodaron por
sus mejillas; y aunque ninguno de los dos dijo nada al respecto, ambos sabían
lo que tenían que hacer.
Aquella tarde, el hijo tomó gentilmente de la mano al abuelo
y lo llevó de vuelta a la mesa de la familia. Para el resto de sus días, el
abuelo presidió la mesa en aquel hogar. Y por alguna razón, ni el esposo ni la
esposa parecieron molestarse nunca más cada vez que el tenedor se caía, la
leche se derramaba, o se ensuciaba el mantel.
¡Ojala! muchos hijos tomaran nota de esta historia, nuestros
mayores vivirían sus últimos años felices sabiendo el amor que les tiene su
familia y el ejemplo que se da a sus propios hijos, los niños que, aunque no
dicen nada, se enteran de todo y son unos imitadores de sus padres.
Josefina Mateos.
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