miércoles, 2 de enero de 2019

LA TIENDA DE LA VERDAD


LA TIENDA DE LA VERDAD
(Cuento anónimo)

Paseaba por las pequeñas calles de una ciudad y, como tenía tiempo, se iba deteniendo delante de algunos escaparates.
Al torcer una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco, intrigado, se acercó al escaparate y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro. En el interior solo se veía un cartel que decía “TIENDA DE LA VERDAD”.
El hombre estaba sorprendido.
            -Perdón ¿está es la tienda de la verdad?
            -Sí señor ¿qué tipo de verdad está buscando? ¿Verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?...
Así que allí venderían la verdad…Nunca había imaginado que aquello sería posible. Llegar a un lugar y llevarse la verdad, era maravilloso.
            -Verdad completa, contestó el hombre sin dudarlo.
“¡Estoy tan cansado de mentiras y falsificaciones!”, pensó. “No quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni fraudes”.
            -¡Verdad plena! Ratificó.
            -Bien señor, sígame.
La dependienta acompañó al cliente a otro sector y, señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:
            -El señor le atenderá.
El vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.
            -Vengo a comprar la verdad completa.
            -Perdone, pero ¿sabe el señor el precio?
            -No ¿cuál es?
En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.
            -Si usted se la lleva –dijo el vendedor-, el precio es que nunca más volverá a estar en paz.
Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.
            -Gracias…Disculpe.
Dio la vuelta y salió entristecido al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que aún necesitaba algunas mentiras en las que encontrar descanso, algunos mitos en los que refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo…
“Quizá más adelante…” pensó.


Josefina Mateos M

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