EL
GATO RUBITO
Siento
tristeza, pena, impotencia y lloro por no haber podido hacer nada para
ayudarte. Habrás estado solito, con frío, hambre y sed. Eras muy pequeño para
estar perdido en un patio solitario y desconocido. No sé cuánto tiempo habrás
vivido en estas condiciones.
Naciste
a principio de junio o últimos de mayo junto con otros tres hermanos más, en
una cajita de cartón, que tenía a la salida de la cocina bajo una pérgola. Tu
madre era una gatita muy joven, no llegaba al año. Estaba tan delgada y
escuálida que creímos que iba a morir y no iba a poder alimentaros.
Cada
fin de semana que volvíamos a la ciudad y os dejábamos allí, en el patio, en la
pequeña cajita de cartón, me daba mucha pena.
El
verano llegó pronto, no pasasteis frío, no como los que nacen en invierno,
donde en las madrugadas hiela y baja mucho la temperatura.
Compramos
latitas de comida para gato y sobres especiales para mantener a la mamá gata
más fuerte, ya no se tambaleaba cuando salía de la caja a comer y a hacer sus
necesidades.
Cada
día os veíamos crecer, muy despacito, pero estabais saliendo adelante. Os
pusimos dos cajitas de cartón con arena para enseñaros donde teníais que hacer
pis y caca. Erais muy listos, porque acertasteis a la primera.
Debido
a la diarrea que tuvisteis, estabais manchados de caca las patitas, la tripa y
hasta la cabeza. Os desparasitamos y os empezamos a comprar comida para
cachorritos. Un día que estabais muy sucios os metí debajo del grifo de la pila
del patio y os lavé con jabón, y suavemente os sequé con una camiseta vieja de
mis hijos. ¡Qué pelo tan bonito! ¡Qué guapos estabais!
Pasaron
tres meses y ya correteabais por el jardín, sin alejaros. Uno de vuestros
hermanos, el de colores, no quería comer, empezó a adelgazar, tenía poca fuerza
para moverse, siempre iba detrás de vosotros y quería jugar, pronto se
acurrucaba en la cajita o en un rincón. No aguantó mucho. Un día después de
venir de la piscina le encontramos muerto, estirado y con la boca abierta,
detrás de unas tablas que teníamos puestas en la pared ¡Qué pena!
Quedabais
tres, tú, rubito, la hembra que tenía un ojo verde y otro azul y el que tenía
un pequeño bigote. Quería que alguien os adoptase antes de que llegara el
invierno y que os quisieran y estuvieseis calentitos dentro de un hogar. Erais
buenos y estabais bien enseñados. Puse anuncios en internet y nadie contestó.
Uno
de mis hijos adoptó a uno, se le llevó a su casa ¡Qué cariñoso es! le gusta que
le cojan y ronronea continuamente.
Ya
solo quedabais dos, la gatita y tú, rubito. Un día una señora que vive en el
pueblo me escribió preguntando si tenía los gatitos, que ella se los quedaba.
Me llevé, primero sorpresa, y luego, alegría por vosotros. Tendríais una casa y
una familia que os querría.
A
primeros de noviembre os metimos a los dos en un trasportín y os bajamos a
vuestra nueva casa. Por desgracia para ti, rubito, cuando se os abrió la puerta
del trasportín, saliste disparado y escalaste la pared del patio que tendría
más de tres metros. Te llamamos y no hiciste caso, con un maullido muy bajito
llamabas pero no regresaste, no sé dónde te metiste.
Fuimos
al día siguiente preguntando, a las vecinas de las casas contiguas, no había
nadie, excepto en una casa, que si habían oído, o habían visto a un gatito
pequeño. Dimos la vuelta a la manzana llamándote y aguzando el oído por si
llamabas, no hubo respuesta, seguimos preguntando. Nadie te escuchó, ni te vio,
parecía que te había tragado la tierra.
He
llorado por ti, y no hay día que no me acuerde. Tan pequeño e indefenso. Te
habrás marchado a un lugar donde no pasarás frío, ni hambre, donde habrá muchos
animalitos felices para jugar contigo. Te habrás reencontrado con tu hermanito,
el de colores. Si ves a mi Hastín y a Gandalf, diles que te cuiden, que les
quiero mucho y que todos los días pienso en ellos.
El
cielo está lleno de angelitos tan bonitos y buenos como tú, rubito.
Josefina
Mateos
1/12/2019
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