En un lejano pueblecito todo cubierto de nieve habitaba un matrimonio ya viejo, aunque eran pobres marido y mujer vivían contentos y felices, dispuestos a encontrar bien hecho lo que el otro hacía.
Poseían un caballo, todavía brioso, que prestaban a los vecinos de la aldea siempre que alguno lo necesitaba. A cambio de estos favores los dos viejos recibían algún que otro regalo de la matanza de los cerdos.
Un día de feria en el pueblo cercano, dijo el viejo a su mujer:
-¿Qué te parece si fuera a vender el caballo a la feria? Somos ya viejos y cualquier día podemos tener necesidad de dinero.
-Muy bien pensado, has tenido una gran idea – dijo la mujer. Y preparó el traje de nuevo de su marido.
El viejo se encaminó hacia la feria. Al rato se cruzó con un mozo que conducía una vaca ni muy grande ni muy gorda, pero que tenía el pelo lustroso.
Detúvose el viejo a mirar el bonito animal, al tiempo que preguntaba:
-Oiga mozo ¿Da mucha leche esa vaca?
-Cinco litros suele dar cada vez que se la ordeña, y se la puede ordeñar dos o tres veces al día.
-¿Quiere que hagamos un cambio? –dijo el viejo- Yo le daré mi caballo y usted me dará la vaca. Mi mujer podrá hacer queso y mantequilla y podremos tomar café con leche.
Acepto el mozo, y el viejo siguió su camino con la vaca.
Iba entretenido viendo comer a la vaca la hierba del ribazo, cuando encontró a un muchacho que a duras penas podía hacer andar a un cerdo gordo y pesado que llevaba a la feria.
Paróse el buen hombre, admirando al hermoso tocino, y preguntó al muchacho cuántas arrobas de chorizo y morcillas daría en la matanza.
-¡Oh! De eso no hablemos; no es fácil hacer cuentas. Pero seguro que no habrá otro como este en la feria. Es un cerdo premiado en un concurso.
- ¿Premiado? Oye, muchacho, quisiera dar una alegría a mi mujer. ¿Quieres cambiarme el cerdo por la vaca?
Pensó un momento el muchacho, accedió al cambio y se alejó rápidamente con la vaca.
No había andado cien pasos el buen hombre, cuando pasó por allí una rapaz que llevaba en brazos un hermoso ganso de plumas blancas y brillantes.
El campesino se quedó embelesado pensando en las noches de invierno, frías de nieve y huracanes. Pensó en un edredón caliente y blanco y preguntó enseguida:
-Oye, muchacho, bien me podrías cambiar ese ganso por este puerco. Tú saldrías ganando.
El chico extrañado se decidió al momento.
Llegó el aldeano a la feria y fuése derecho a una posada para beber cerveza.
Al poco rato llegó un campesino que traía un gran saco cargado al hombro, y así que llegó dijóle el viejo.
-Hola amigo. ¿Qué traes en ese saco tan pesado?
-No son más que manzanas podridas de las que caen de los árboles –contestó el campesino-. Serán una buena comida para nuestros cerdos.
-¿Y todo ese saco está lleno de manzanas podridas? Mira, te voy a proponer una cosa. Si me das el saco, yo te daré a cambio este hermoso ganso. Quisiera darle una sorpresa agradable a mi mujer. En nuestro huerto no hay más que un manzano que, todo lo más, da para la cosecha una manzana verde y arrugada que no llega a madurar. Mi mujer la coge y la guarda en el armario diciendo:
“Hemos de conformarnos. Una manzana mala, es al fin y al cabo, un pequeño regalo”.
Hízose el cambio. Todo esto fue visto por dos ingleses ricos que allí había; dispuestos a reírse de un hombre tan necio. Le preguntaron por el negocio que había hecho en la feria. Los ingleses, sin poder contener la risa, dijeron entre bromas:
-Ya verás a volver a casa la paliza que te dará tu mujer.
-¿A mí, una paliza? Ella encontrará bien lo que he hecho.
Entonces dijeron los ingleses:
-A ver, hombre infeliz, te apostamos un saco de oro contra el de manzanas a que tu mujer se enfadará mucho con estos cambios.
-Está bien, vamos a probar - contestó el viejo.
Mandaron los ingleses aparejar los caballos y no tardaron en llegar a la cabaña del buen hombre. La mujer, que había salido a la puerta, saludó con cortesía a los forasteros y tendió las manos a su esposo.
-Ya estoy de vuelta de mis negocios –dijo el viejo.
-Veo que vuelves contento ¿Qué hiciste del caballo?
-Pues, por el camino lo cambié por una vaca –contesto.
-¡Ah! Qué bien, ahora podremos tomar café con leche, tendremos mantequilla y queso.
-Si, después la cambié por un hermoso cerdo.
-¡Magnífica idea! Así tendremos tocino y perniles, y grandes ristras de embutidos.
-Todo eso habríamos tenido, pero cambié el cerdo por un ganso.
-¡Válgame Dios, qué bueno eres! Pensarías en tu pobre mujer, en un caliente edredón de plumas para protegerse en invierno…Además haremos por Navidad un rico asado.
-Es que…El ganso lo cambié después por un saco de manzanas podridas.
Echóse entonces la viejecita a reír diciendo:
-Qué casualidad, hombre. ¡Qué alegría me das! Que hoy le pedí a la avara de la vecina una cebolla para el guiso y me contestó que no tenía en el huerto ni siquiera una manzana podrida. Mira, ahora voy a ofrecerle un saco lleno de manzanas podridas. Ven que te de un abrazo por tu acierto.
Y le dio con alegría dos besos en las mejillas. Los ingleses no salían de su asombro y decían alborozados:
-Ver esas cosas alegra el ánimo. Lo que hace el viejo siempre está bien hecho. Una mujer así bien vale un saco de oro.
Y pagaron lo que habían apostado.
Josefina MatMad
15 de Agosto de 2020
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